La Agenda 2030 es el reflejo de las necesidades de gobernanza del mundo que nos rodea y se identifica en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). La empresa no puede permanecer al margen de estas grandes transformaciones que afectan al entorno y la convivencia: la desigualdad, el medio ambiente, el proceso de urbanización, la salud pública o las migraciones crean una actividad política en la que las organizaciones tienen que posicionarse. La empresa global no puede quedarse al margen, sobre todo, porque estos riesgos son de naturaleza política y afectan a la cuenta de resultados. No son problemas de corte empresarial (tamaño, organización de recursos, mercado) o relacionados con el producto, sino que tienen una dimensión política y diplomática que conformar una de las claves de la estrategia de no-mercado.

Con esta finalidad, la misión directiva requiere de la Agenda 2030 una visión estratégica que permita crear alianzas y políticas que contribuyan al cambio de modelo de negocio, empleo de las materias primas, consumo y reciclaje, distribución y cadena de suministros, digitalización de procesos para aminorar la huella ecológica, así como otras medidas que faciliten la lucha contra la desigualdad. Hay que huir de la miopía de la responsabilidad social como elemento “verde” de las políticas de empresa y entender la Agenda 2030 como una oportunidad sostenible de crear negocio en cuatro áreas concretas: la industria de la alimentación y la comida, las infraestructuras en la ciudad inteligente, la gestión energética y de materias primas y los asuntos de salud pública y bienestar. Se concreta en la reducción de los desperdicios, la recuperación de territorios agrícolas, la tecnología para granjas sostenibles, el cambio en el consumo, la creación de modelos basados en economía circular, la genómica, el turismo cultural o la captura y reducción de emisiones de carbón. Es una propuesta diversa, pero basada en la economía real; representa una oportunidad de negocio cifrada en 12.000 millones de dólares, según el informe Better Business, Better World.

La Agenda 2030 pone en la mesa del directivo nuevos retos que necesitan una respuesta desde la organización privada y no solo desde el gobierno o la gestión pública. Aquí principia el cambio de mentalidad que se ha de visibilizar en la formación ejecutiva del siglo XXI y que se concreta en otras capacidades menos convencionales: gestión del cambio, comprensión del nuevo mundo y sus geografías, organizaciones abiertas, gestión de los intangibles y otras habilidades directivas que sobrepasen el marco de los MBA. En la formación ejecutiva, entre otros, encuentro necesario incluir los siguientes ítems:

Sostenibilidad financiera. El capitalismo necesita otros indicadores de rendición de cuentas que no sean solo los basados en los reportes trimestrales. Esta responsabilidad tiene que ser compartida por fondos de inversión, analistas y actores de los mercados de valores. Es la esencia del valor compartido que defiende Michael Porter. Sin un marco de actuación más amplio, no es posible pensar en proyectos a largo plazo.

El contrato social. La creación de prosperidad y riqueza económica tiene sentido en un marco de libertades y democracia. Si reclamamos a los políticos que no sean gestores, sino líderes, ¿qué podemos esperar los directivos, empresarios e inversores? En la misma línea, podemos esperar que vinculen el crecimiento a la reducción de la desigualdad, a la generación de oportunidades y a la redistribución de riqueza a través del empleo. No es solo una cuestión de confianza, sino también un antídoto contra los populismos y el autoritarismo… que arruina el negocio.

El liderazgo distribuido. No, las tareas de la Agenda 2030 no podrán ejecutarse solo desde el gobierno o la empresa. Necesitamos repartir tareas, colaborar en la creación de un mundo sostenible y cubrir el déficit de gobernanza con mejor información pública. Esta transformación requiere una mentalidad abierta a un liderazgo múltiple que se construya sobre la confianza y no sobre la jerarquía. Al directivo se le puede reclamar una reingeniería de los procesos para que la cadena de valor incluya a muchos más actores (Universidades, ONG, ciudades, consumidores) y evite el crecimiento orgánico. La inteligencia directiva consiste en englobar todos estos procesos y dar con la fórmula empresarial correspondiente.

La transformación digital, la inteligencia artificial, la singularidad y la robotización. Es un campo extenso del que aún apenas podemos vislumbrar la trayectoria que se seguirá. La creación de estos nuevos empleos parece más lenta que la destrucción de los antiguos. el impacto digital será enorme y eliminará empleos e industrias, por lo que debemos perseguir, apoyar y fomentar nuevos tipos de puestos de trabajo, programas formativos y fórmulas de empleabilidad que sean inclusivas.

La colaboración público-privada. Consiste en la creación de espacios de reciprocidad entre actores privados y públicos, ante la permanente crisis fiscal. Hay que articular la colaboración de modo que se consiga un marco de entendimiento y beneficios mutuos. La administración tiene que asegurar la igualdad de oportunidades y el respeto a la ley, pero no tiene por qué ocuparse de toda iniciativa privada. El reparto y la creación de prosperidad no son actividades excluyentes.

En suma, los Objetivos de Desarrollo Sostenible requieren a la empresa una mirada integral sobre las operaciones y los procesos de negocio. No es tiempo de un campaña de relaciones públicas, sino del planteamiento de una transformación hacia la sostenibilidad. A las escuelas de negocios y las universidades nos toca constituir un corpus académico nuevo que permita situar las organizaciones a la altura del reto que se nos plantea.

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@Juanmanfredi

Fuente: https://cincodias.elpais.com/cincodias/2018/11/20/escuelas_de_negocio/1542695562_429354.html